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martes, 13 de noviembre de 2012

Problemáticas




En los cincuenta años de existencia de la energía nuclear y pese a la enorme cantidad de recursos que se 
dedican a resolver las cuestiones pendientes de esta fuente de energía, nadie ha conseguido dar una solución 
satisfactoria al problema de los residuos radiactivos. De todos los problemas asociados al uso de la energía nuclear, que aconsejan su inmediato abandono, éste puede ser el determinante. Los peligrosos residuos se pueden convertir en el talón de Aquiles de las centrales nucleares, salvo que alguien, en un futuro próximo, descubra una solución satisfactoria, cosa harto improbable. 

El hecho de que se siga utilizando la energía nuclear a pesar del terrible legado que deja para las generaciones futuras, dice mucho acerca de la falta de escrúpulos morales de quiénes la impulsan. Así como que no se tenga en absoluto en cuenta la opinión de la población para gestionar los residuos que ya existen. Aparece aquí una vez más el falaz argumento de que se trata de una decisión técnica por encima de cualquier control democrático. 
El movimiento antinuclear reconoce los residuos nucleares ya existentes como un grave problema al que hay 
que buscar solución. Sin embargo, el problema es doble porque ninguna de las soluciones propuestas aparece como satisfactoria. Más aún, cuando se nos tacha de irresponsables por no contribuir a la solución o por fomentar la alarma social cuando nos oponemos a la construcción de depósitos, se olvidan de que la mejor forma de minimizar el problema de los residuos es dejar de producirlos, es decir, el cierre de las centrales nucleares. Una vez más resulta útil aquí la metáfora de la bañera: cuando el agua de la bañera está a punto de rebosar hay dos posibilidades, una es achicar agua como se pueda y la otra, mucho más racional, cerrar los grifos. Pues bien, cerremos esos tremendos grifos de residuos que son las centrales nucleares. Un reactor de tamaño medio viene a generar unas 30 toneladas de residuos de alta actividad al año. Y sobre la búsqueda de una solución para los que ya existen, no parece que sea razonable algo más que dar 

unos criterios que se deberían tener en cuenta. El primero es minimizar los transportes para que el riesgo de accidentes en los traslados sea mínimo. El segundo sería el que se pueda mantener un control tanto sobre los residuos como sobre los envases en que estén guardados, por si estos tuvieran algún problema. El tercer criterio sería el de la recuperabilidad para que si, dentro del tiempo que sea, alguien descubre una solución, se pueda acceder a los residuos; o bien si los envases se estropearan, se podría llegar hasta ellos y repararlos. Parece que entre todas las posibilidades que luego se enumerarán, se va a optar por el enterramiento en profundidad en formaciones geológicas estables. Esto está lejos de ser una solución satisfactoria, puesto que no cumple ninguno de los tres criterios antes expuestos.




































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